martes, 14 de julio de 2015

Suso es Caupolicán


Domingo, 31 de mayo de 1998, doce y pico casi una del mediodía. El taxista me deja en la entrada del Hotel Taramay en Almuñécar. El MENSA está ahí para jugar contra el Motril la vuelta del primer partido de la Promoción de Descenso a Tercera. Después de cerrar la puerta del taxi levanto la cabeza y me deslumbra una potente luz. Cierro los ojos con fuerza. Con la palma de la mano delante trato de recuperarme de la momentánea ceguera y adivino una figura allí en el fondo. Creo que es SUSO.

Me acuerdo perfectamente del día en que Ángel Esteban, Catedrático de Literatura de la Universidad de Granada y uno de los más importantes estudiosos de la Literatura Hispanoamericana de los siglos XIX y XX, empezó a recitar “Caupolicán”… «¡coño!» dije «¡ése es Suso!»

En el mejor soneto de la Historia de la Literatura en español, Rubén Darío contó la historia de Caupolicán (Toqui -jefe- de los Mapuches). Y los valores de Caupolicán bien los encarnó Suso, porque mientras Caupolicán podía desjarretar a un toro, Suso hacía imposible que el contrario avanzara, que se tuviera en pie; mientras que Caupolicán hubiera blandido el brazo de Hércules, Suso empuñó, levantó la bandera del Mensajerismo haciendo todo lo posible por parar al rival; Caupolicán bien podía haber sido Nemrod -gran cazador, constructor de la Torre de Babel-, y allí estaba Suso, delante de los otros, enfrente de los otros, encarando al de enfrente… y siempre el mensajerismo a sus espaldas. Porque Suso, en «la luz del día», en «la tarde pálida», en «la noche fría», es lo más GRANDE que yo he visto en un campo.

Y es que yo nunca vi a una afición ser tan condescendiente con un jugador hasta el punto de eximirle de cualquier contrariedad porque siempre se buscaba una justificación, una coartada que explicara por qué se había producido aquel “no acierto”. Pero no fue la indulgencia al “niño bonito”, fue benevolencia a su pundonor, a su garra, a su abnegación, a su entrega a unos colores.

Parafraseo a Sacheri cuando habla de Rómulo Lisandro Benítez: «Jesús Pérez Vargas: un nombre que dicho fuera de mi pueblo tal vez no signifique nada. Pero en el Mensajerismo esas tres palabras tienen una resonancia casi mágica. Los ancianos, al oírlas, asienten silenciosa y repetidamente, con los ojos perdidos en la nebulosa del tiempo. Los chicos adoptan el aire artificioso y solemne que suponen adecuado para las ocasiones sublimes, como cuando suenan las estrofas del Himno, o se iza la bandera».  

Domingo, 31 de mayo de 1998, doce y pico casi una del mediodía. El taxista me deja en la entrada del Hotel Taramay en Almuñécar. El MENSA está ahí para jugar contra el Motril la vuelta del primer partido de la Promoción de Descenso a Tercera. Después de cerrar la puerta del taxi levanto la cabeza y me deslumbra el reflejo del sol contra una valla publicitaria. Cierro los ojos con fuerza y trato de recuperar la vista poniendo la palma de la mano delante. Una vez restablecida por completo la visión, veo a Suso, que se levanta, yergue «la alta frente». Me saluda desde la distancia, con tranquilo ademán del que está curtido en mil batallas, de quien está por encima del bien y del mal. Efectivamente «es algo formidable que vio la vieja raza». Suso, sin duda, es al MENSAJERO lo que Caupolicán a la Literatura: el Toqui. EL JEFE.

Rubén Darío hizo eterno a Caupolicán.
El MENSAJERISMO te hace a ti, SUSO, ETERNO.

Nunca me canso de darte las gracias.
Berna. FCO. RGUEZ.